viernes, 21 de diciembre de 2007

TICTAC (Cuento compensatorio)

Al final el miedo venció al miedo. Por eso, decidió cerrar las pesadas cortinas al máximo y apretar las persianas hasta el límite de sus fuerzas. Al final el miedo venció al miedo, y él prefirió enfrentarse al vacío terror de la oscuridad antes que al azul realidad de la noche. Sabía que por más oscuro que estuviera su entorno, los demonios del remordimiento encontrarían el camino entre los pasadizos de su mente. Y que tarde o temprano llegarían al alma. Pero guardaba la esperanza de que en medio del azabache y amparado por el arrullo del silencio, Morfeo les ganaría la carrera. Verdad que unas horas de sueño no eran más que un pobre respiro, un efímero analgésico para un dolor omnipresente. Cierto que las pesadillas se agolpaban, esperando el sueño para liberarse; y se revolcaban y babeaban su avidez en la corteza del subconsciente, como hienas oliendo carroña. Pero para él, un segundo de inconciencia, un instante de no pensar, lo era todo. Por eso, porque el miedo a seguir cavilando venció al miedo a la oscuridad y al silencio, él se encerró en penumbras y mutismo.

Como si así pudiera lograr más oscuridad, apretó sus parpados hasta que dolieron. El negro era todo. Y una vez que acomodó su cuerpo en las alborotadas sábanas, el silencio, el tan necesario silencio, quiso ser total. Cuando no se movió más; cuando las frazadas dejaron de crujir; cuando el roble de la cama se acostumbró a su peso; cuando dejó de oír su respiración, tuvo un instante de esperanza. El silencio y la oscuridad eran amos y señores de la habitación. Tal vez lo lograría. Quizá se durmiera y consiguiera sus minutos de relativa paz.

Entonces, justo cuando el sueño rebasaba al desasosiego en una maniobra audaz, cuando el negro tornaba en un gris espectral que avanzaba sobre los sentidos; entonces, lo oyó: Tictac, tictac. El sonido del despertador, que antes fuera absorbido por el tenaz repiqueteo de su corazón, ahora desafiaba a la nada. Y la retaba solo. Un insignificante tictac era capaz de sobreponerse sobre el majestuoso silencio; un pobre reloj fabricado en un país tercermundista de oriente, hacía frente y vencía a aquel que reinaba en la mayor parte del universo, en el vacío y en todo el reino de Hades. Un pequeño tictac, un pobre sonido, rutinario, monótono, gris y desafiante, era el último obstáculo entre él y la ansiada inconciencia. Se revolcó en su lecho otorgándole al tictac momentáneos crujidos aliados. Giró su cabeza, tapó sus oídos con la almohada, volvió a quedar inmóvil, pero nada, el tictac continuaba riéndose en la cara del silencio, y con él, llegaban el pensar y el dolor, al mismo tiempo que el sueño corcoveaba y se espantaba encabritado.

Y otra vez el miedo venció al miedo. Ahora, en medio del tifón de remordimiento, se alzaba como el palo mayor de un velero zozobrante una nueva disyuntiva. Si intentaba entregarse a la piedad del silencio, si apagaba el despertador, corría el riesgo de no despertar a tiempo. Y si no despertaba a tiempo… A la madrugada debía dar el último paso, la coronación de su pecado. Si llegaba tarde, si no acudía, todo el mal que causó, todo el ardid que fraguó, caería, se desmoronaría como un alud de excrementos y él se quedaría sin nada. Sin nada más que las pesadillas y el dolor. Eso no podía permitirlo. Quiso concentrarse en la nada, intentó acompasar las punzadas de dolor ético con el osado tictac, pero le fue imposible. Parecía que el reloj, conocedor de su terror, se afanara en cambiar su compás, en desafinar lo que no era música, para así acrecentar la tortura de la vigilia.

Pasaron minutos sin tiempo luchando contra un tictac que se vertía como gotas de ácido en su cabeza, una tortura medieval amplificada por el remordimiento de su propio pecado, todo el sistema inquisitorial suplantado por un despertador barato. En vano quiso cubrir sus oídos con la almohada: el sonido, de la mano del horror, se abría paso entre las plumas, apuntando directo a sus párpados y abriéndolos con la fuerza de un gato hidráulico. El dolor se transformó en pánico, el pánico se personificó nuevamente en dolor y él no soportó más. Decidió dejar las cosas como estaban. Prefirió su aspirina de inconciencia contra el cáncer, su escalón de descanso en una escalera eterna; optó por terminar con su suplicio de vigilia y quitó las pilas del despertador.

Nuevamente se acomodó cuidadoso entre las sábanas chillonas. Otra vez dejó que las pesadas frazadas se amoldaran a su cuerpo. Luego, permitió que la madera se durmiera, celoso por la facilidad con la que lo conseguía. Su corazón se calmó de a poco, hasta que logró una calma relativa en un vacío absoluto. El cuarto se sumió en silencio total, y con el silencio, la esperanza de un instante de paz. Por un momento creyó en su triunfo y se dejó llevar por el canto del sueño. Hasta tuvo la esperanza de que podría levantarse a tiempo. El negro renovó su jugueteo etéreo, volviéndose fantasmal; los párpados dejaron de doler para tornarse pesados como las cortinas que tan bien había cerrado. Entonces, cuando conciliaba el sueño, lo sintió: tictac, tictac. Apretó su puño y sintió la forma de las pilas alcalinas del despertador apretujándose inútiles en su palma. Sintió su corazón latiendo violento, mucho más veloz y descompasadamente que el tictac aventurero que otra vez vencía al silencio. Entonces, logró calmarse. Supo que podría dormirse, y que ya no despertaría.

3 comentarios:

Extramuros dijo...

Perdón, se que no es el mejor de los cuentos. De hecho,estaba a centímetros de la papelera de reciclaje. Pero, siguiendo con el concepto de aprovechar los recursos de "EL árbol de acá",me pareció que el cuentito podía servir para compensar y equilibrar un poco al blog, que se ha puesto un poquito meloso últimamente. Sabrán comprender.

Otra cosa: Excelentes tus saludos primita, te agradezco por mi y además siguiendo expresas instrucciones de mi mandante, la Vea.

.:María Laura:. dijo...

Como siempre, excelente. Me encanta leerte.
Felicitaciones, estimo que no falta mucho para que publiques. ¿me equivoco?
Un beso grande y felicidades para todos
Maria

Anónimo dijo...

como medio espeluznante no? que emociones tan turbulentas, inquietante y capturador,
dale pa delante, segui nomas