viernes, 25 de abril de 2008

EL DESAFIO -Parte dos-

Si siempre había una carga importante de adrenalina en el ambiente, cuando Superman llegó, el Palacio de la Justicia estaba por derrumbarse, tal era la tensión contenida entre sus paredes marmoladas. Pudo sentir las miradas agudas que se clavaban en su resistente cuerpo mientras caminaba silente hacía el atril desde donde se dirigían las discusiones y tertulias. Gracias a su supervista, Clark pudo observar a Bruno Diaz, ya vestido como Batman, quién, a un lado del atrio, revisaba distraídamente su cinturón, como si todo el asunto del desafío Interheroes que él mismo había fabricado, no le interesara en absoluto. Ya en el atrio, y una vez que se dio fuerza usando su vista de rayos X para ver desnudo a su público– siempre había sentido algo de timidez cuando hablaba frente a muchas personas –, Clark comenzó su discurso:
- Mis apreciados y valientes compañeros de la Liga de la Justicia, como ustedes saben, en esta oportunidad se nos presenta un nuevo desafío y espero que lo enfrentemos con la entereza y dig….- Muchos de los presentes lograron ver los movimientos supersónicos con los que Flash arrebató el discurso de las manos de Superman, aunque Batman no fue uno de ellos. Sus ojos, comunes como los de cualquier otro ser humano, ya no eran los mismos después de años de ser forzados y maltratados cuando Bruno luchaba y se movía en la oscuridad, llegando hasta a leer en las penumbras de la Baticueva. De todas maneras, actuó rápidamente y, usando un truco, logró quitar el papel de las manos de flash antes de que este pudiera decir nada. Entonces se posicionó de cara a la concurrencia y, en su tono siempre lacónico, leyó:
- Los elegidos para participar en el torneo son: Superman, la Mujer Maravilla, Linterna Verde y… - los presentes permanecían en vilo, atentísimos al nombre faltante – Batman-. En un segundo, la gran sala se revolucionó, y mientras algunos palmeaban la espalda y vitoreaban a los elegidos, otros tantos se lanzaban contra el azorado Superman para reclamarle por no haber sido escogidos. Bruno se desembarazó rápidamente de Acuaman, quién intentaba abrazarlo sin percatarse del asco que producía el intenso hedor a mercado de puerto que despedida, bajando disimuladamente al garage, donde lo esperaba su batimovil. El no era de sonreír muy seguido, pero en ese momento, mientras destruía la lista de Clark donde no figuraba su nombre, sus labios dibujaban una pronunciada curva ascendente. Quería salir de allí antes de que Superman tuviera tiempo a reaccionar, pero no tuvo en cuenta la supervelocidad de su par, quién lo alcanzó antes de que pudiera arrancar su vehículo.
- ¿Qué fue eso, Batman? Tú no estabas en la lista. – dijo ásperamente el Líder de la Liga.
- Yo debía estar en esa lista, Clark – el aludido abrió sus ojos desmesuradamente, echando veloces miradas alrededor, alarmado al oír que se dirigían a su persona usando su nombre de incógnito cuando no portaba gafas -. Sólo rectifiqué lo que seguramente fue un error de impresión.
- No es así Batman. Yo no te elegí. Sabías muy bien que no iba a descubrir tu mentira frente a los demás, sería una vergüenza para todos que uno de los miembros de la Liga de la Justicia mintiera. Pero tu no estás en la lista, porque considero que otra persona podrá ayudar más que tu a ganar el torneo.
- Tal parece, Clark, que no has leído con atención el reglamento para la elección. Te recuerdo que deberán elegirse los miembros más famosos de cada grupo de héroes.
- Ese es sólo uno de los requisitos, y además, estoy seguro de que grande es la fama de…
- ¿Más famoso que yo? Lo dudo, Clark. Bien sabes que soy el único héroe de una de las Ciudades más populosas del globo- para Bruno, Robin y Batichica no podían llevarse a la categoría de héroes. Mucho menos la ambigua Gatúbela -. La gente me ama y respeta. Dos de cada tres noches la luna se adorna con mi batiseñal, pero si te queda alguna duda sobre mi popularidad, creo que Empresas Díaz bien puede destinar un par de millones a publicitar al hombre murciélago, sólo tengo que hacer una llamada – respondió Bruno, haciendo ademán de marcar un número en su teléfono celular.
- Pero Batman… ¿Cómo es posible que no entiendas? Lucharemos contra seres ultra poderosos, su fuerza es demasiada, tal vez sean aún más poderosos que yo, debes entender, tú eres un humano…
- Ven aquí, Clark, acércate – dijo Bruno, su voz se había apaciguado, parecía estar empezando a comprender. Superman se adelantó unos pasos, y, al llegar al lado de Diaz, comenzó a sentirse débil, los ojos llorosos, la cabeza a punto de estallar. Tuvo que apoyarse en el hombro de Bruno para no caer al suelo. Batman le dio un coscorrón en la cabeza, al tiempo que dejaba ver la diminuta piedra verde que escondía en uno de los compartimientos de su cinturón.
- Kriptonita, mi amigo – soltó con tono paternal -. Estas piedritas son muy fáciles de conseguir últimamente, casi tanto como un cigarrillo de marihuana en los callejones de Ciudad Gótica-. Superman, transpirando y a punto de perder el conocimiento, logró elevar su vista, los claros ojos inyectados en sangre, suplicantes. Bruno prosiguió:
- No siempre se trata de fuerza, como verás. Todos tenemos nuestro punto débil. Yo soy el más idóneo para participar en el torneo, y te desafío a que digas lo contrario, - dijo, mientras dejaba caer al suelo un grueso fajo de papeles que acababa de sacar de la guantera del batimovil.
Recién cuando el poderoso rugido del motor se perdía calle abajo, Superman logró incorporarse. La cabeza todavía le dolía y sentía calambres en todos sus miembros. Tambaleante, recogió los papeles que Bruno había dejado caer y leyó la primer página: “Contrincantes: Poderes y debilidades”, rezaba el encabezado.


Si bien el invierno aún no alcanzaba su plenitud, aquella noche era muy fría; durante toda la tarde la garúa atormentó inquisitorialmente a los estudiantes y, en ese momento, la escarcha que se había formado en las paredes le molestaba al trepar. De todos modos, logró deslizarse hasta un tragaluz y entrar al laboratorio sin ser visto. La seguridad en la Universidad no era muy minuciosa, pero aún disfrazado, Peter Parker se cuidaba más que de costumbre de pasar desapercibido. Lógico, ya que si se llegaba a descubrir a Spiderman robando, Jameson se haría un festín con su persona. Una vez adentro, Peter se encaminó al armario donde sabía que el doctor Conners guardaba los ingredientes que necesitaba, tomándolos para huir rápidamente. Mientras se balanceaba ágil, armónicamente, entre los edificios, dejaba que el viento penetrara por las costuras del traje cocido a mano, en un vano intento por purificar su mente. Odiaba tener que robar, y por eso prefería pensar en aquellos “préstamos” al laboratorio de la Universidad – que se hacían peligrosamente más y más asiduos a medida que aumentaba el precio de las materias primas -, como en recompensas por las cientos de veces que él, como Spiderman, claro, había ayudado a Conners a zafar de los deslices que cometía cuando mutaba en el Lagarto. Al menos en esta oportunidad, el tener que tomar “prestados” los ingredientes para preparar sus telarañas artificiales, le producía un poco menos de vergüenza. El jamás pidió que lo llevaran a esa estupidez del Desafío Interheroes, no le interesaba y además, tenía mucho que hacer en la Ciudad. Jameson le debía la paga de varios trabajos y ya no sabía como hacer para mantener su humilde cuartito de pensión. Pese a ser tan ágil, cada vez se le hacía más difícil gambetear la pobreza en la que vivía, tanto que llegó a pensar en pedir una paga por participar en el torneo… o por lo menos los viáticos. El no tenía por qué pagar sus insumos para hacer algo que no le interesaba en absoluto. Y que no le vinieran con discursos de dignidad y gloria: El honor de los héroes de Marvel se lo podía meter el Señor Fantástico ya sabía adonde… Según lo que le habían dicho, el desafío terminaba cuando sólo uno de los equipos quedaba en pie y, teniendo en cuenta los poderes de los participantes, eso podía llevar mucho tiempo, tiempo en el que él, Parker, no estaría trabajando y por tanto, acumulando todavía más deudas.
Si alguno de los dos hombres hubiera estado mirando por la ventana en ese momento, se habría visto sorprendido por el paso fugaz de una sombra que a duras penas lograba seguir el paso al pensativo arácnido que la generaba. Pero quienes conversaban en ese pequeño y sombrío cuarto de los suburbios de Nueva York, no tenían tiempo ni deseos de asomarse a contemplar el paisaje.
- Lo que me pides es una locura Reed. No voy a hacerlo. ¡No puedo hacerlo! -. El rostro del profesor Banner lucía tan demacrado como de costumbre.
- Profesor, no estaría aquí si no tuviera la seguridad de que usted es el indicado-. La voz de Reed Richards, el Señor Fantástico, sonaba cansada. No era para menos, cuando se estaba enfrentando a la enésima discusión del día.
- Debes entender Reed, la bestia es incontrolable, sólo trae problemas. Además… además, no creo poder soportar ser Hulk una vez más.
- Pero profesor, tengo entendido que usted ha logrado controlar a su…- Richards tuvo problemas en encontrar la palabra adecuada -, su otro yo.
- ¿Cómo? ¿Mi otro yo? La bestia tiene vida propia Richards. Es él quién me controla, yo no… no puedo. ¿Cómo puedes venir a pedirme que sea la bestia? ¿Es que quieres destrucción y muerte?
- Profesor, entiéndame, debo realizar la tarea que se me encomendó de la mejor manera posible. Usted tiene que hacerse cargo del honor que significa haber sido escogido entre tantos héroes tan capacitados. Lo necesitamos profesor, necesitamos de su gran poder.
- ¡No me necesitan a mi! Creen necesitar a Hulk, pero él no los ayudará, es un bárbaro, un ser infernal.
- Se que usted… o Hulk, ha realizado grandes proezas, ha vencido a seres malévolos y poderosos. Piense en la gloria que lograríamos si ganamos el desafío.
- ¿Gloria dices? A ver si puedes entenderme Reed, intentaré describirte lo que pasa cuando cambio. ¿Alguna vez has bebido? Tomado alcohol hasta quedar ebrio como una cuba.
- No profesor ¿Cómo se le ocurre? Yo soy el Señor Fantástico, un icono mundial del comportamiento ejemplar…
- Vamos Reed, sé que has tenido tus noches, esas canas prematuras no crecen por tomar yogurt…
- Reconozco que alguna que otra noche me excedí con los tragos, bueno, es que cuando salimos con Ben… ¡El tiene hígado de piedra literalmente hablando!
- Te habrás levantado a la mañana siguiente con resaca, sin recordar bien lo que hiciste la noche anterior.
- ¡Y cómo! Je, recuerdo una vez que estaba tan borracho que utilicé mis poderes para alargar los brazos y palpar el trasero a las damas en un bar. Al otro día ni siquiera recordaba lo que hice, tan sólo tenía algunas lagunas, de hecho, Ben me contó todo. Si Susan se enterara…
- Entendiste el concepto Reed – el profesor Banner tuvo que morderse el labio superior para contestar educadamente, Richards era todavía más mojigato de lo que creía -, ahora imagina que te levantas al otro día medio desnudo, con la cabeza y el cuerpo terriblemente adoloridos y con lagunas mentales. Pero en vez de recordar vagamente haber tocado el trasero a una mujer, tienes la imagen de haber dejado media ciudad en llamas mientras destruías un regimiento entero del ejército…
La sala quedó en silencio unos minutos. Richards había entendido el concepto y conocía la peligrosidad de Hulk. De hecho, contaba con su inestabilidad, ya que tenía en mente ser él y sólo él, quién venciera el desafío. Tenía la posibilidad de erigir a los 4 Fantásticos como el mejor equipo de héroes del mundo y no pensaba dejar pasar la oportunidad. No se escapaba a nadie que últimamente, en Nueva York, había surgido una nueva oleada de superhéroes de medio pelo que asustaba. De hecho, la cantidad actual de héroes casi podía compararse a la de abogados, razón por la que no sólo se habían suicidado varios detectives y policías que pasaron de dirigir operativos importantes a controlar el tránsito, sino que, además, a los verdaderos héroes se les hacía cada vez más difícil encontrar un enemigo para derrotar lo suficientemente poderoso - o bizarro - como para justificar una primera plana en el diario. Si bien su principal enemigo estaba a buen resguardo de la competencia en la oscura Latveria, Richards estaba decidido a hacer la diferencia, por lo que optó por usar en ese momento su as bajo la manga. Banner era un buen científico, pero agobiado como estaba por sus transformaciones y teniendo que pasar la vida escondiéndose del ejercito, no tenía tiempo ni recursos para trabajar en la ciencia y así lograr curarse. Reed golpeó adonde dolía cuando soltó:
- Profesor Banner, como usted sabrá, yo cuento con una de las mejores instalaciones tecnológicas de la Ciudad. Quizá del mundo… ¿Qué le parecería que, una vez ganado el desafío, nos dedicáramos a buscar una solución a su problema, usted y yo? Ya casi he terminado la cura para Ben…
Bruce Banner bajó la cabeza, negando en silencio, pero Reed había alcanzado a ver un sugestivo brillo en los apagados ojos del doctor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

nos hemos quedado solos??? ya nadie ni siquiera comenta??? q pasaaaaaaaaaaa jejejeje
Merce