Curioso objeto el anillo. Es un redondelito que se pone, comúnmente y de acuerdo a las costumbres decentes, en un dedo. No es más que un círculo, pero tiene alcances verdaderamente sorprendentes. Desde tiempos inmemoriales se alzó no tanto como adorno sino más bien como símbolo: Antiguamente, representó eternidad, unidad y hasta reencarnación. Para los vikingos, el anillo significaba riqueza y honor; los alquimistas lo usaban como insignia, en su versión de serpiente mordiéndose el trasero; la inquisición lo vio como el distintivo de sus enemigos paganos y es usado aún hoy, para representar el Poder Pontífico. Grandes obras literarias fueron inspiradas por los mitos del anillo, como “El anillo de los Nibelungos” de Richard Wagner; o su primo, “El Señor de los Anillos”, de J.R.R. Tolkien (en lo que refiere a esta última trilogía, confieso que siempre creí que Tolkien se excedió al llenar tantos párrafos y usar oraciones tan sufridas para describir la terrible carga que significaba para Frodo portar el Anillo Unico, pero ahora recapacité e inclusive estoy pensando que se quedó corto…). Por otro lado, y llevando el asunto a un plano más actual… ¿Cuántos superhéroes deben su poder a un anillo? Linterna Verde hace todo con su anillito, los tan bizarros como despreciados Gemelos Fantásticos estarían perdidos de no tener los suyos, y el eunuco Ultra Boy tenía que usar su anillo para poder volar y comer chicle al mismo tiempo. Y eso no es todo, ya que, amén de lo que simbolizan o los poderes que otorgan, mucha gente adora los anillos, las mujeres por excelencia lógicamente, pero también hombres hechos y derechos como Mister T, Don King, o cualquier hip-hopero o rapero que se precie de tal.
Entonces, si desde la aurora de la humanidad el anillo ha sido un objeto tan representativo y preciado… ¿Cómo puede haber devenido, al mismo tiempo, en uno de los íconos de discriminación más temibles del siglo XXI?
Porque, efectivamente, en la actualidad, un triste anillo en el anular izquierdo es fuente de la más cruda discriminación. Y esta segregación del anillo, aunque sufrida por todos, se acentúa a niveles casi morbosos en los varones de entre 25 a 45 años, sobretodo si dentro de su entorno social existen pocos o ninguno en esta condición de portadores de la sortija. El anillo en un joven produce espantosos efectos a su alrededor.
Quienes no portan sortija, tienden a mirar a los que sí la tienen como si fueran un auto fundido, un parlante saturado o un ipod sin carga; un ente sin alma, ni sangre en las venas. Parecen creer que el hecho de llevar ese anillo, agrega a su usuario cinco o seis décadas de edad, le resta fuerza a su risa y ahoga todo brillo a sus ojos. Encuestas recientes demuestran que los “sin anillo”, creen que los que lo portan han quedado incapacitados para salir a bailar, generar anécdotas interesantes, participar de reuniones que no sean comer un asado o jugar al poker, o hacer viajes cuyo objeto no sea la pesca o cacería. Y son estas carencias las que dan pie a la discriminación, de ahí que los partidos de futbol sean de “solteros contra casados”, que en las juntadas se relegue a los casados a la mesita de las cartas mientras los solteros se preparan para salir a bailar y que siempre sea un casado el que haga el asado. Y ni hablar del tan temido como descalificador mote de “el casado”, con el que suelen referirse al portador del anillo. Más de un anillado se ha visto humillado por cientos de miradas compasivas cuando, al llegar a una reunión de “sin anillos”, es recibido al grito de “llegó el casado”.
Lógicamente, esas deficiencias del porta sortija son un mito, una fantasía, pero, como toda leyenda, tienen una base real. Cierto es que los “con anillo”, tienen algunas responsabilidades extras y un grado de compromiso mayor, y también es verdad que en muchos casos, el anillo viene acompañado con una linda panza, ojeras y cara de “me suicido en cualquier momento”. Pero pese a estas características, que no son más que su versión estereotipada, el anillado posee virtudes únicas: sus quejas son infinitamente mejores que las del resto de los mortales, su mirada de perro abandonado al ver salir a sus amigos sin anillo es capaz de conmover al más desalmado, su entusiasmo cuando le han dado permiso para salir un ratito dejaría como un apático al Cholo Simeone en sus mejores épocas y esos colmillitos que se le asoman cuando pasea una tarde de verano por el centro, le dan un no se que de ternura que comprime el alma… Por eso, afortunados “sin anillo”, elevo este ruego de humanidad, esta plegaria de compasión para los anillados. ¡Quiéranlos, mímenlos!, háganles un lugarcito en sus reuniones y diríjanse a ellos como iguales de vez en cuando. Recuerden que ellos alguna vez fueron tan libres y personas como ustedes y, además, piensen, tengan en cuenta que el mundo da vueltas y que cuando ustedes comiencen a portar la sortija, serán ellos, los anillados de hoy, los encargados de guiarlos en el confuso mundo del portador del anillo…
Entonces, si desde la aurora de la humanidad el anillo ha sido un objeto tan representativo y preciado… ¿Cómo puede haber devenido, al mismo tiempo, en uno de los íconos de discriminación más temibles del siglo XXI?
Porque, efectivamente, en la actualidad, un triste anillo en el anular izquierdo es fuente de la más cruda discriminación. Y esta segregación del anillo, aunque sufrida por todos, se acentúa a niveles casi morbosos en los varones de entre 25 a 45 años, sobretodo si dentro de su entorno social existen pocos o ninguno en esta condición de portadores de la sortija. El anillo en un joven produce espantosos efectos a su alrededor.
Quienes no portan sortija, tienden a mirar a los que sí la tienen como si fueran un auto fundido, un parlante saturado o un ipod sin carga; un ente sin alma, ni sangre en las venas. Parecen creer que el hecho de llevar ese anillo, agrega a su usuario cinco o seis décadas de edad, le resta fuerza a su risa y ahoga todo brillo a sus ojos. Encuestas recientes demuestran que los “sin anillo”, creen que los que lo portan han quedado incapacitados para salir a bailar, generar anécdotas interesantes, participar de reuniones que no sean comer un asado o jugar al poker, o hacer viajes cuyo objeto no sea la pesca o cacería. Y son estas carencias las que dan pie a la discriminación, de ahí que los partidos de futbol sean de “solteros contra casados”, que en las juntadas se relegue a los casados a la mesita de las cartas mientras los solteros se preparan para salir a bailar y que siempre sea un casado el que haga el asado. Y ni hablar del tan temido como descalificador mote de “el casado”, con el que suelen referirse al portador del anillo. Más de un anillado se ha visto humillado por cientos de miradas compasivas cuando, al llegar a una reunión de “sin anillos”, es recibido al grito de “llegó el casado”.
Lógicamente, esas deficiencias del porta sortija son un mito, una fantasía, pero, como toda leyenda, tienen una base real. Cierto es que los “con anillo”, tienen algunas responsabilidades extras y un grado de compromiso mayor, y también es verdad que en muchos casos, el anillo viene acompañado con una linda panza, ojeras y cara de “me suicido en cualquier momento”. Pero pese a estas características, que no son más que su versión estereotipada, el anillado posee virtudes únicas: sus quejas son infinitamente mejores que las del resto de los mortales, su mirada de perro abandonado al ver salir a sus amigos sin anillo es capaz de conmover al más desalmado, su entusiasmo cuando le han dado permiso para salir un ratito dejaría como un apático al Cholo Simeone en sus mejores épocas y esos colmillitos que se le asoman cuando pasea una tarde de verano por el centro, le dan un no se que de ternura que comprime el alma… Por eso, afortunados “sin anillo”, elevo este ruego de humanidad, esta plegaria de compasión para los anillados. ¡Quiéranlos, mímenlos!, háganles un lugarcito en sus reuniones y diríjanse a ellos como iguales de vez en cuando. Recuerden que ellos alguna vez fueron tan libres y personas como ustedes y, además, piensen, tengan en cuenta que el mundo da vueltas y que cuando ustedes comiencen a portar la sortija, serán ellos, los anillados de hoy, los encargados de guiarlos en el confuso mundo del portador del anillo…
4 comentarios:
A la agnóstica, musa para la mayoría de los hombres, y musaraña para el resto.
Has planteado un problema que esta afectando sino a la estructura de la sociedad a toda nuestra generación y sus "grupos de amigos". Desde el puento de vista femenino la cosa cambia, ya no son las solteras las que discriminan, sino las casadas que ven como amenazas y otras veces con pena, a esas "reveldes" desposeidas, con sus dedos desnudos de sortijas!!!
El dilema es grande, ya que los solteros no quieren grupos de amigas que les limiten sus proximas "presas". Quedan por lo tanto esos Sr casados sin amigas y esas "soltera" sin amigos.....
Ven el problema? soy lo suficientemente clara? Por las dudas recuerden que nada le seduce más a una mujer desesperada que un hombre comprometido!!!
Sras y Srs con sortija reveean la situación!! que por suerte a mi la RELIGION me lo prohibe, pero hay cada loca suelta!!
Aca nos estan haciendo Apartheid de comentarios!!!!
Estamos con cero de raiting!!!
Hola! perdon por el alejamiento! Excelente nota, excelente comentario de la agnostica
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