lunes, 19 de noviembre de 2007

Un cuentito de blog femenino

SU VIDA EN MIS MANOS
(LA CUCARACHA)

Terminaba de acomodar la cortina de la ducha cuando la vi. La imagen me produjo una súbita oleada de repugnancia y, todo hay que decirlo, un poco de temor. No es que yo sea una persona impresionable o delicada, en absoluto. Ninguna mujer que haya soportado cuatro partos naturales, cambiado pañales, curado heridas y limpiado narices a cuatro hijos varones puede serlo. Pero no pude evitarlo, al verla me invadió un asco terrible acompañado de un ligero sobresalto. También, era lógico ¿Qué mujer no siente repulsión al toparse con una cucaracha que pasea frescamente por su baño inmaculado? Además, contribuía a mi repugnancia el horroroso contraste de la figura oscura, sinónimo de suciedad, contra los relucientes azulejos de un baño que acababa de limpiar a conciencia. Si no la pisé inmediatamente fue, en primer término, por las sensaciones que acabo de describir, aunque luego, al mirarla mejor, sumé otras razones. Yo no conozco mucho de cucarachas, de más está decirlo, pero esta en particular me pareció más grande y, si se quiere, más expresiva que las demás. No era que la cucaracha fuera dueña de un rostro ameno, claro está, sino que su forma de andar, lentamente, describiendo círculos y deteniéndose cada tanto para alzar levemente sus diminutas antenas, se me hizo muy particular. No parecía estar dando un paseo, estaba demasiado concentrada. Por un instante, creí que al detener su cuidada caminata y alzar las antenas se burlaba de mí, pero luego decidí que no, que me trataba respetuosamente o, más bien, me ignoraba. Tuve conciencia de que al principio se fijó en mi persona, pero fue sólo una mirada fugaz, al pasar, para dejar de prestarme atención inmediatamente y seguir con lo suyo. Me senté sobre la tapa del inodoro, que en ese momento despedía aroma a jazmín, y mientras buscaba algo con que matarla (calzaba pantuflas sin suela y no tenía la menor intención de pisarla con ellas), me dediqué a estudiarla. A no ser que se sea naturalista profesional o al menos aficionada a los insectos, uno siempre ve a las cucarachas desde arriba, es decir que sólo conoce su lomo y esa especie de casquito que les cubre la cabeza, de modo que no tiene la menor idea de donde están sus ojos y ni siquiera de cómo está compuesto su rostro. Las personas comunes sabemos poco y nada sobre las cucarachas, limitando nuestros conocimientos a la archiconocida teoría de que serían los únicos seres capaces de sobrevivir a un holocausto nuclear. Patético y dudoso conocimiento este. Sinceramente, yo ni siquiera sabía si el bichito contaba con ojos, si veía por medio de sus antenas o percibía las cosas de alguna otra forma misteriosa. De cualquier manera, no necesité verle la cara para darme cuenta de que esa cucaracha estaba buscando algo. Y lo buscaba frenética y concienzudamente. A simple vista se veía que el insecto tenía muy bien delimitado el ámbito de su búsqueda: ni más ni menos que el baño de mi casa, precisamente en el sector de alrededor de un metro cuadrado que se extendía desde el lavatorio hasta el bidet. Me pregunté qué estaría buscando. No podía ser alimento en mi baño pulcro y desinfectado. En ese caso estaría en la cocina o mejor, en el cuarto de alguno de mis hijos, los que pese a mis esfuerzos sobrehumanos, muchas veces parecían el escenario póstumo de una batalla medieval.
Así reflexionaba, cuando mis ojos toparon con el rollo de papel higiénico. Se me ocurrió que era el arma perfecta, el objeto ideal para sustituir mis zapatos faltantes, lo suficientemente duro y fácilmente desechable una vez consumada la muerte. Lo saqué prolijamente de su sitio junto al inodoro y me preparé para asestar el golpe letal. Era el momento justo para atacar, ya que la cucaracha estaba haciendo una de sus paradas, encontrándose desprevenida, las antenas altas escudriñando su limitado horizonte con guarda de barquitos, absolutamente vulnerable. Levanté mi improvisada masa y me dispuse a aplastar a la cucaracha que seguía estática, completamente ajena a su sentencia de muerte. Súbitamente me embargó una sensación de poder. Tomé conciencia de que la existencia de un ser vivo dependía únicamente del movimiento de mi brazo. Si yo decidía descargar el golpe, sería el final indefectible de una vida, pero, si caprichosamente optaba por dejar las cosas como estaban, el ser seguiría existiendo normalmente. Dependía de mi voluntad. En ese momento, en mi baño y para esa cucaracha, yo era dios. Su destino estaba en mis manos. Era una sensación de omnipotencia que no había sentido ni siquiera al amamantar a mis hijos, cuando sabía que yo era todo para ellos, su alimento, su techo, su calor y su único pensamiento. Entonces se me ocurrió. ¿Y si la cucaracha buscaba a su prole? Como ya dije, se trataba de un ejemplar grande y además, yo tenía la certeza de que era hembra. No se bien como, pero de eso estaba segura. Posiblemente me indujo un poco el sustantivo y su correspondiente artículo, uno habla de “la” cucaracha, no de “el” cucaracha, pero eso no era todo. El comportamiento del bichito, cómo daba vueltas en círculos, su meticulosidad y su capacidad para ignorarme, también me decían que debía tratarse de una mujer. Un hombre hubiera sido más práctico, realizando su búsqueda rápidamente y huyendo al verme, sin tantas vueltas ni dilaciones. Definitivamente se trataba de una mujer. En ese instante me di cuenta de que yo no era tan omnipotente como creía al principio. De haberlo sido, tendría que haber estado interiorizada de los detalles, de los pormenores de la vida de mi súbdita, la cucaracha. Debería haber sabido su edad y la de sus hijos, si es que efectivamente era madre y, por supuesto, el motivo real de su búsqueda. Ahora me encontraba con que tenía en mi poder la facultad de acabar con la existencia de un extraño, quizá mataría o dejaría vivir a una anciana que no buscaba nada porque estaba senil, aunque tal vez destruiría a la madre dedicada de cientos de chicos que en ese preciso instante estaban sufriendo por la ausencia de su progenitora. Todavía mantenía el brazo en alto, el rollo de papel higiénico amenazante, resignado ya a ser verdugo; y la cucaracha permanecía aún cándidamente inmóvil, indagando la brisa condimentada con jazmín artificial. Titubeé. Yo era una madre y no me hubiera gustado que me asesinaran antojadizamente cuando mis hijos todavía dependían totalmente de mí. A decir verdad, tampoco me agradaría que me eliminaran volublemente ahora mismo, cuando no estoy segura ni de si yo misma dependo de mí. Si para la cucaracha yo era dios, entonces me tenía que comportar como tal y decidir justamente. ¿Sería justo que dejara huérfanos a cientos de chiquillos únicamente por que su madre me resultaba fea? ¿Quién era yo para terminar con la existencia de un ser que no me hacía ningún daño, que intentaba cumplir su deber de madre? Sentí lástima por la pobre criatura, seguramente estaba desesperada, muerta de miedo por lo que podía pasarle a sus niños. Quizá en ese mismo instante, tiesa sobre la baldosa, la cucaracha se estaba recriminando haberlos dejado solos, sin su abrigo y protección maternos. Estaba sola, posiblemente era madre soltera, abnegada criatura que debía encargarse sin ayuda de cientos de niños hambrientos. Tal vez esas antenitas apuntando al techo intentaban desesperadas percibir el llanto angustiado de sus miles de crías. Era todo un dilema. Ella pasando por un drama tan intenso y yo ahí, gigantesca, sentada sobre un trono conectado con las cloacas, mirándola desde los cielos. Yo, un dios, ella, un pequeño punto oscuro que se destacaba sobre mi azulejo divinamente cristalino. Ambas madres; yo, humana, reina de la creación, erguida y orgullosa; ella, un humilde insecto, destinado a pulular al ras del suelo, existiendo entre mis desperdicios. Estábamos solas, ella y yo. Y su vida, todo lo que ella era y podría ser, su presente y su futuro, estaba en mis manos, dependía de mi piedad o crueldad, de mis deseos y sólo de ellos.
Bajé mi brazo violentamente y pude oír como su cuerpo crujía al despedazarse, un sonido pegajoso, húmedo, muy desagradable. Luego, arrojé papel higiénico y cadáver al inodoro y tiré la cadena. Después de todo… ¿que derecho tenía ese bicho inmundo, capaz de sobrevivir a la radiación nuclear, de buscar a su asquerosa cría en el baño impecable y pulcro que usaban mis propios hijos?

8 comentarios:

Merce dijo...

Excelente! Al principio no me quedo otra q pensar en Kafka, en la metamorfosis, en aquel persona q va sintiendo la conversion en algo q sabe va a desagradar a todos, inclusive a su propia familia... Tristes destinos... c´e la vie!

Anónimo dijo...

Bravisimo!! El con tantas palabras, tan articulado y yo, haciendole honor al color de mi pelo, sin otra cosa que decir que BRAVO!!!
Siempre es un gusto reflexionar junto a nuestro Extramuros.
(no es crítica, pero una mujer en esas circunstancias, primero hubiera matada a la criatura, y después pensado todo eso, por culpa, nomas)jajaja Bastante extensa estoy, para haberme dejado sin palabras, ajja, bue Ud. como escritor es gueno, pero no mago!!
(Obvio) La Gigi

Anónimo dijo...

Gracias Merce, pero no comparemos con autores, a ver si armamos otro quilombo más o menos, ahora en waktana, ja, ja. Gracias Gise, y como muchas veces, tenés toda la razón. Te cuento, antes de escribir el cuentito, hice una mini encuesta - soy persona aplicada para algunas y sólo para algunas cosas -, y el 100% de las encuestadas la hubiera pisado sin más a la pobre cucaracha. De ahí que la señora hubiera estado semi descalza, para que en el tiempo que ella usara en buscar con que matar al bicho,yo pudiera desarrollar lo que pensaba...

Anónimo dijo...

Qué placer volver a encontrar a Extramuros aquí!

Seguí el relato con gran intriga por el desenlace. Y el final... ¡me mató! jeje, no me siento cucaracha-hembra-preocupada hasta la intrepidez por el sustento de los hijitos, pero explico: no pude evitar asociar la escena con el momento político social éste de tantas "mujeres al poder" en el mundo, y de pensar que podemos estar a la merced de la piedad o crueldad de estas señoras encumbradas para nuestra sobrevivencia. Así que el final del cuento me dijo:
¡estamos fritos!

.:María Laura:. dijo...

Que grande Extramuros! Espectacular! Me resultó muy divertida e intrigante, genial, en serio. No me gustó el final, pero eso es porque yo amo a las cucarachas, jamás maté ni mataría alguna, y cuando me las cruzo les hablo o las corro por pura diversión. Y creeme que por ser nacida en el litoral... ¡vaya que he visto exponentes como el de tu cuento! allá sí que son grandotas y crujientes...
Y otra cosa que también me dejó pasmada, estos 4 comentarios que preceden: el de Merce y la referencia a Metamorfosis, la Gigi con semejante pragmatismo y cruda realidad (es verdad que cualquier mujer normal primero la mataría y luego pensaría), después la explicación de que tuviste que poner a la protagonista casi en patas para darle tiempo a pensar y por último Lilia y sus "mujeres al poder... ¡estamos fritos!"
Realmente una delicia el cuento y los comentarios.
Ahora aparecí pa´arruinar el clima...sorryyyy
Te felicito, es genial.

Anónimo dijo...

María, gracias primero y después, tenés razón con los comentarios. ¡Quiero poner a las Muñoces en mi mesia de luz para que me expliquen mis cuentos! Indudablemente, tienen una percepción y profundidad de la que yo carezco absolutamente (y ni hablar de conocimientos de autores y filosofía, donde soy semi nulo). Al pensar y escribir este cuento, a mi sólo me dio para imaginar una señora pisando una cucaracha. Y nada más. Claro, con intérpretes y comentaristas como estas, ¡cualquier cuento es bueno! jaja. Tenés razón, con tanta cristina, Carrió y esa onda, el comentario de Lilia, da miedo...Ah, a la Gise también me la traigo, por su visón mundana y giselística de las mendolandias, y también porque es la Gise. Muchas gracias, y felicitaciones por "cronicas", adonde, lamentablemente, puedo entrar esporádicamente, por problemas técnicos -Mi computadora esta un poco cansada y se me encabrita cuando le pido abrir algunas páginas-.

Anónimo dijo...

Tanpoco seas tan humilde!!! todos sabemos te tus conocimientos y habilidades "en las literaturas"

Luciyta dijo...

primo que feo el final de la pobre cucaracha...aunque estoy de acuerdo pq una vez en uno de mis tantos años de estudiante mientras dormia profundamente una asquerosa cucaracha me asecho en la cama de la mariana tal vez habra querido asustar a la mariana pq es fanatica de la limpieza pero camino en mi cabeza grite como nunca en mi vidaaa y dte esa noche no logre conciliar el sueño...solo se q la nona vino y la mato sin el menor de los remordimientos chillando pq su dpto es digno de admirtar por la limpieza...y la cucaracha no consiguio molestar a la mariana jajaj sino como diria la veita:Bonano q mal orto!!!